Un día se cortará la luz. El pibe deberá salir a la calle, ir al mercado y comprar un par de velas. Al regresar, no habrá televisión y el celular se quedará sin batería, por ende no servirá para más nada. Entonces, tendrá que pensar que hacer y eso lo pondrá muy nervioso. Se verá encerrado en sí mismo y buscará en su memoria algo que lo saque de esa desesperación. Pero ocurrirá algo cruelmente común en los jóvenes como él. No podrá pensar, no sabrá pensar. Su cerebro volverá a insistir con la televisión y con el celular, pero los aparatos no andarán más, no servirán.
Entonces correrá hacia su habitación y buscará allí la salvación. Entrará, mirará y verá elementos como una pelota, dos o tres libros y algún muñeco de plástico. Pero eso no lo conformará y el llanto será inminente. ¡Y aún lo peor estará por venir!
Sacará el celular nuevamente de su bolsillo para ver la hora pero ya no funcionará. No le quedará más remedio que ir a la cocina donde su madre estará cocinando y levantar levemente su mirada para fijarse que hora marca el reloj de pared. Cuando se figure del tiempo, recordará que en breve estará jugando Boca frente a River. Todo se tornará oscuro. El celular no le andará, la televisión y la computadora tampoco y no querrá escuchar el partido por radio porque no entenderá la narración del relator.
Las opciones se le irán acabando hasta llegar a pensar que la vida es injusta, que nada tiene sentido. Pasarán las horas y la luz no volverá, el calor del verano será agobiante y no habrá ventilador ni aire acondicionado. El pibe quedará sentado en el piso, buscando el frescor del mismo y allí notará que es terriblemente infeliz. La tristeza lo abordará hasta palidecer. La noche se avecinará de repente, su padre no volverá del trabajo y su madre no le dará de comer. No sabrá como terminó el partido. Tampoco sabrá si alguien le escribió un mensaje para pasar el rato.
En la cama, no pegará un ojo. La madrugada lo pasará por arriba y la luz no volverá. El pobre pibe recibirá su merecido. Durante todo el verano la luz no regresará y su mente se pervertirá. Al caer el otoño, todo seguirá siendo igual. El celular lo habrá archivado en un cajón, la televisión la sacarán hacia el garaje, en lugar del aire acondicionado colgarán un cuadro y la depresión será abismal. Las esperanzas se esfumarán y el invierno lo tomará de imprevisto. Nunca más habrá luz ni electricidad. El padre no habrá vuelto del trabajo desde el verano y su madre aún no habrá servido la comida.
La muerte lo saludará desde el rincón donde antes estaba el televisor y la vida se despedirá lentamente como las noches de verano sin ventilador. El pibe correrá hacia la calle luego de varios meses sin ni siquiera mirarla por la ventana y allí no encontrará nadie. No estarán en la esquina sus amigos de la infancia, la plaza estará abandonada con los pastos crecidos hasta la rodilla y las cuadras seguirán siendo oscuras.
Hacia donde corra, no habrá escapatoria. Un dolor lo abrazará y se entregará a las manos del destino sin saber que éste será su último aliado.