martes, 25 de noviembre de 2014

La facilidad para empeorar lo que está mal

El tipo agarra el balón y nadie puede detenerlo. Tiene la capacidad técnica de cambiarle el ritmo a un partido chato y sin sobresaltos, de gambetear a una defensa entera más el arquero y definir de múltiples formas que lo hacen, siempre brillante.
Tiene cara de bobo, de niño atontado; sonríe siempre con sinceridad y en las malas huye del derroche de lágrimas. Es halagado por la prensa, cuestionado por sus compatriotas y admirado por todo el mundo. Todo aquel, que niegue la magia de Arturo Saturno sabe bien, en su interior, que no puede, que no tiene elementos para demostrar tal negación. Será el astro de la galaxia futbolera por muchos años venideros; girará su cara por los salones de la fama y en las páginas amarillentas por el polvo de un libro o revista deportiva siempre permanecerá bajo halagos y menciones de gran nivel.
Lo que no sabe Arturo, es que el tiempo pasa velozmente. De a poco le cae la ficha de que un día dejó la casita de barrio, endulzó a unos empresarios con su don y se lo llevaron al viejo continente para instalarse de allí en más. La pelota de trapo quedó en alguna canaleta tapada por hojas de otoño, la esquina del descampado está repleta de nadie, los amigos de la infancia murieron junto a ella. Ya pasó el tiempo de la leche a las cinco de la tarde, de los asados del domingo, de todo ese dulzor inocente e incesante que la niñez regala por arte de magia. Esa magia se hizo grande, se puso botines talle 41, tocó los mejores céspedes del mundo, ganó millones por un pase a la red.
Eso, Arturo lo sabe. Pero lo sabe por naturaleza humana, de ver como los días transcurren y el cuerpo se alarga. Es inconsciente del correr del tiempo, de la velocidad de las agujas. En realidad, todos somos iguales a él; caemos bajo cuando en el reloj vemos nuestras caras perdidas en el pasado y olfateamos esa fragancia de muerte. La nostalgia es síntoma de muerte lenta.
Ahora está por jubilarse; tiene 39 años y la inhabilidad para desenvolverse en otros campos de la vida le pudre la cabeza. Vive en París junto a su familia, tiene dinero de sobra y una generación Saturno salvada por su proeza futbolística. Es duro ser Saturno, ese tal Arturo Saturno que divisa en el horizonte de una tarde francesa, sentado en el medio del campo, la huella hacia el desconcierto. Hacia ese letárgico camino que vendrá y que ya vino desde mucho tiempo atrás.
A ese tiempo me refiero, querido Arturo. La ficha dicen que no a todos nos cae en la vida, pero yo creo que sí; una fichita existencial siempre nos golpea la conciencia sea para bien o para mal. Sos tan joven en vida y tan viejo en lo profesional que ahora ves y sentís como volaron los años. Hiciste goles de todos los estilos. Al ángulo de zurda y diestra, de chilena, de sombrero, de media cancha y desde el córner. Eludiste a medio equipo y la picaste con satisfacción, revoleaste la camiseta y no te importó la tarjeta amarilla. Pero la vida te devuelve lo bueno en desafíos que parecen terriblemente malvados; sobre ese horizonte francés ves que viene el juez corriendo hacia vos con la mano en el bolsillo trasero, sabes que allí guarda la roja, la sangrienta, la decisiva para un partido; y en este partido llamado Vida, creo que te rajan, pegaste duro y sin pelota, desde atrás y con intención de lastimar. Quizá la mente te engañe un poco y te muestren solo la amarilla una vez más. Pero no confíes en tu conciencia, ella deja rastros evidentes para no tenerle fe. Se hombre y entregate al destino como este se entregó a vos sin preguntar. Seguís mirando al juez y allí percibís la verdad, en su rostro de ceño bajo y ojos crudos; amagás a reprocharle pero te callas la boca y comprendes de una vez por todas que estás fuera, expulsado, retirándote por el túnel y recibiendo insultos por doquier. Ya nadie te quiere en las canchas, das lástima y bronca al verte tan arruinado por vos mismo. No te quedan plegarias por rezar, ni dioses para implorar; este partido lo perdiste por goleada, te expulsaron y encima... Sos el más joven de la Vida.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Trenque Lauquen: mi lugar en el mundo

El misterio que despierta Trenque Lauquen y la comodidad al caminar sus bulevares son las razones para dejar de sangrar por un rato. Cada vez que piso sus vías, transito sus avenidas y contemplo su cielo le pido que no me suelte la mano, porque no me quiero perder.
Su nombre aborigen suena desde el mangrullo del parque y rebota en los murales de Campodónico. Hoy la vida ha cambiado; algo ha cambiado dentro de esta ciudad de 55 mil habitantes que desde sus costumbres tan poco obvias mantienen en vilo la esencia de un pueblo. Una porción mínima de mundo que pretende ser independiente del planeta tierra, se presenta por si sola ante los ojos visitantes.
Lo común está en todos lados, inclusive en Trenque Lauquen. Clubes de fútbol, plazas vistosas, árboles autóctonos. Pero como la cotidianeidad pisa fuerte en cada rincón del universo, también lo peculiar abunda en esos recovecos.
De Trenque Lauquen, que por cierto significa “Laguna Redonda”, podemos destacar diferentes caricaturas y personajes muy llamativos. Si uno toma la calle 9 de Julio y llega hasta Estrada, podrá encontrar el “Bar Quique”. Templo sagrado y estandarte de la noche de muchos hombres y mujeres donde, por efecto, la música y los tragos son la excusa para huir de sus hogares. El lugar tiene una larga historia y la esencia de una vieja pulpería. Quique abre sus puertas para todos menos para los problemáticos que siempre tienen una tarea por realizar. Disputas de cuchillos por razones de piel, peleas entre mujeres por de reputación, botellas por los aires y  algún que otro herido han sido los casos más frecuentes en este humilde y trascendental bar.
Sucede algo extrañamente interesante cuando se transita por la calle Monferrand en su tramo de tierra. Por un lado hay mansiones con rejas y alarmas. Grandes caserones, unos más cuadrados que otros debido a la alta competencia interna. Pero al voltear la vista hacia el otro lado se puede visualizar la miseria de un barrio que lucha por parecerse a sus vecinos. Son 25 metros los que dividen las dos parcelas de tierra. Solamente 25 metros distan el sueño de unos y la repugnancia de otros.
Pero esta ciudad pueblerina no se caracteriza únicamente por estas actitudes y rasgos mencionados anteriormente. La vida en el centro es igual a la vida céntrica de cualquier ciudad. Bancos, negocios de ropas, inmobiliarias, kioscos grandes, kioscos pequeños, la plaza principal, la Municipalidad, el Centro Cívico Cultural, bares y confiterías. En la noche, los boliches con sus víctimas y sus mártires.
Es sensacional vivir en Trenque Lauquen, sobre todo los domingos. Cuando de repente, el domingo suele convertirse en el día mas crudo y vil de la semana, en esta ciudad lo podemos aguantar sin ignorar la tristeza que se genera a las siete de la tarde. Centenares de familias salen con sus autos a girar una y mil veces por el centro. No se dirigen a ninguna parte, es un ritual de cada domingo. El único propósito es chusmear lo que hacen los demás; quienes pululan como ellos, quienes se besan y quien se encuentra solo Hay rutinas para este día. A la mañana se va a la iglesia; al mediodía se organiza un asado que reúne de modo obligatorio a todos los integrantes de la familia. A la tarde, la cancha es una opción para descargar alguna bronca semanal guardada o disfrutar el pobre juego que brindan los equipos. Pero el principal problema llega de noche, allí se torna todo muy siniestro. Los bulevares quedan abandonados de todo ser vivo. Quien encuentre luego de la medianoche un perro rondando por las calles, será un privilegiado. Vale la pena exagerar en restringida medida el contexto pero suelen pasar exactamente estos hechos.
Un día de verano, en diciembre del 2002, un canadiense que se encontraba de vacaciones con su familia, nos alertó con su opinión sobre la ciudad: -Es demasiado ordenada-, aseveró. El hombre no se equivocó. Sus palabras fueron justas para describir uno de los principales problemas de Trenque Lauquen. Todo puede parecer divertido, fantástico y hasta extraño, pero la realidad se rige y gira alrededor de un orden desmesurado. Las cosas son blancas o negras para la mayoría de la población; no existen grises. Los sucesos cotidianos se juzgan por todos y bajo lupa. Están quienes consideran una circunstancia y quienes otra. En pocas ocasiones se abre el abanico de hipótesis sobre los hechos que pasan frente a sus ojos. Todos agudizan todo, desfiguran las historias, petrifican pensamientos.
Es brillante estar en Trenque Lauquen. La estación de tren, su tren que ha regresado, la fábrica de bombones abandonada, el Colegio Nacional, el Polideportivo, el auge del polo, el anfiteatro, el cementerio, sus entradas y sus salidas, pasillos eternos a las rutas 5 y 33.
“Trenque Lauquen es el mejor lugar para vivir en el mundo”, mencionan los que nunca se fueron.
Palmeras al medio del acceso, rotondas mal diseñadas, accidentes varios, chusmerío desbordado. La ciudad es un paraíso para una sociedad infernal. No encuentra hermandad, se gana afectos y por momentos se convierte en una harpía. Ama a los médicos, ingenieros y abogados. Nació en el barro y hoy se mueve sobre asfalto, ganó fama y actualmente se rige como la localidad líder dentro de su partido.
Trabajar en Trenque Lauquen es difícil cuando no se basa en un oficio. Por tal motivo existen dos lugares: Tribunales y La Serenísima, ésta es una fabrica de lácteos que abastece a todo el país y brinda empleo a quienes no tienen muchos recursos o no se los buscaron. Ambos sectores sirven para no quedar en estancado en una localidad pequeña, aunque algunos lo consiguen sin proponérselo. En fin, cada uno es dueño de su destino y sus condiciones. 
La primavera despierta en el pueblo una especie de algarabía y júbilo dormido desde el fin del verano. Al trenquelauquense no le gusta el frío, lo detesta. Tiene un odio particular contra el invierno y el otoño, especialmente el trabajador que se esfuerza día a día para poder comer. Al llegar la primavera con su clima estival, todo parece tornarse fantástico y se le nota en la cara esa cuota de felicidad, excepto al mismo trabajador que se queja del frío, ya que en esta época sufre el calor excesivo. Es entendible y perdonable su protesta, lástima que deberá vivir con ella durante toda su vida.  
Un lugar al oeste de la provincia de Buenos Aires que hace repercutir su nombre a escala mundial. Ciudad lechera, ganadera y agricultora que alimenta a sus hijos por el precio del trabajo. Muchos ingenieros agrónomos, abogados, inmobiliarias, albañiles, peones de campo, petiseros; algún que otro periodista frustrado que regaló su sueño a cambio de un bienestar a futuro y puso un puesto de revistas en la esquina de un colegio.
“Trenque Lauquen devora a sus propios hijos”, aseguró Eduardo quien vive allí hace más de 70 años. Él no entiende como su amigo Gabriel, quien fundó la primera banda de rock en 1969 nunca fue profeta en su tierra. “Somos un pueblo careta que galardona a los médicos”, agrega Miguel subrayando su desprecio, tanto por el pueblo como también por algunos expertos o no en la medicina. Hay de todo en esta maravillosa región.
¿Será que cada ciudad tiene su peregrinaje y pienso que solo la mía es extraordinaria? Suele el humano, en su edad prematura, amar descontroladamente su lugar natal. Amarlo tanto, demasiado, hasta defenderlo de una guerra. Para aquel que está muy lejos es como su fotosíntesis, similar a un recambio de aire. Se vuelve tan necesario que también produce la necesidad de abandonarlo por un tiempo y quererlo desde afuera; si es posible desde largas distancias.
Trenque Lauquen, tus curdas y tus curas tan polémicos y famosos. Tu viento de campo, tus bulevares infinitos. Fuiste tierra y te haces polvo al andar de tu camino, donde varias pierdas has dejado al costado.
Ciudad futura y satelital con tus habitantes de antaño reencarnados en el presente. Sobre tus ojos pasaron años de lujuria y miseria, de aguas y tormentas como campos en sequía. Por tus manos anduvo un hombre, trajeado de valiente que anhelaba tu recambio y esperaba mejorarte. Conocido como “El Gordo” y querido por la mayoría, cambió tu imagen y te hizo conocer tu esencia. Jorge Barrachia fue el ejemplo de gestión y coraje, luchó por medidas de reciclaje y pateó varios escritorios plagados de mentiras. Ese hombre fue sinónimo de aprendizaje en la recolección de basura y la separación de la misma en bolsas de dos colores; fue el que armó una red de cloacas para que no vuelvas a inundarte como en 1980. Fue tu líder, el protector de tu pellejo, quien te abrió al mundo nuevo junto a otros hombres que también te quisieron ver relucir. Pero la muerte lo encontró en aquel estacionamiento hirviente, subiendo al auto, en plena actividad. Lo sorprendió de un pinchazo al centro del corazón. Se desplomó y quedó en la historia, en la mía, en la de mis saberes. También en la de todos los que lo vieron trabajar y ocuparse de su pueblo.
Sos una ciudad mundial y pretenciosa de independencia, tus hijos te aclaman y a la vez te piden una oportunidad. El arte crece día a día. Actores, músicos, poetas y algún que otro pintor. Políticamente estás como el país, repartida en porciones diferentes. Y en el deporte quedas bien parada: Germán Lauro, un soñador que está por encima de su primer sueño; Ernesto Farías, el esfuerzo, la paciencia y la gloria en estado puro; el recordado Norberto Ferreira, símbolo victorioso del fútbol argentino. Pero hay un hombre dentro de tus límites que trascendió fronteras sinuosas, que te reivindicó a nivel regional, que lo conocen muy bien por su tan parca personalidad. Se trata de Omar Antonio Gennarini. Vino hacia vos, lo atrajiste de algún modo. Porteño, de Floresta, un jugador fuera de serie. Mis ojos no pudieron verlo, pero sí los de mi padre. Solo palabras de asombro y agradecimiento fluyen desde sus recuerdos. Petiso y flaco, llegó una tarde para quedarse de por vida, para recibir insultos por su condición física, para taparles la boca a todos aquellos y sobre todo para brillar en su Ferro Carril Oeste amado. Le cambió de un revés la cara a tu fútbol tan rústico e iluso, para marcar un antes y un después de su llegada. “Si tan solo de fútbol sabes, ni de fútbol sabes”, confesaron sus palabras. Innovador del chanfle, de la pausa como el silencio en la música. Con esa personalidad podrida que lo privó de las grandes ligas, un humor fulero y mal arreado desde muy chico. Se ha ganado sus rivales y conoce bien sus caras. Sabe que fue difícil mantener la calma y paga sus pecados. Mi imaginación seguro me engaña y me dice que este hombre morirá dentro de una cancha o en un vestuario.
Agradecido estoy de pertenecer a Trenque Lauquen, de ser uno de sus hijos que desde lejos la sienten tan presente. Que se sintió ahogado y decidió ir en busca de un nuevo horizonte para emprender un sueño aún latente. Ciudad de mi infancia, de ese patio donde jugaré todo el resto de mis días. Días que no se olvidan, días que pasan volando y hasta desapercibidos.
Los elementos positivos y negativos de un lugar le dan vida propia, como a las personas, a las relaciones y a la vida. Todo es una construcción sentimental e individual, que puede trasladarse de igual forma a muchas mentes y desembocar en una conducta que quede estructurada por un largo período. Durante algunos días me levanto de la cama y me pregunto por qué nací en esa ciudad, por qué en ese pedazo de mundo extraviado en un infinito cósmico y estelar que me ha dado un nombre y una identidad. El tiempo pasa y mis preguntas son más frecuentes; piden soluciones, simples respuestas. Hoy me he vuelto a despertar y me juré que nunca más volveré a estar como ayer, aunque me pudra por pensar comprendí que algo bonito tiene este pesar, y es el hecho de saber que pertenezco a una ciudad que es tan solo un lugar como cualquier otro pero es mi lugar, mi lugar en el mundo.

                                                                                                                                       

                                                                                                                                      Capriolli