El tipo agarra el balón y nadie puede detenerlo. Tiene la capacidad técnica de cambiarle el ritmo a un partido chato y sin sobresaltos, de gambetear a una defensa entera más el arquero y definir de múltiples formas que lo hacen, siempre brillante.
Tiene cara de bobo, de niño atontado; sonríe siempre con sinceridad y en las malas huye del derroche de lágrimas. Es halagado por la prensa, cuestionado por sus compatriotas y admirado por todo el mundo. Todo aquel, que niegue la magia de Arturo Saturno sabe bien, en su interior, que no puede, que no tiene elementos para demostrar tal negación. Será el astro de la galaxia futbolera por muchos años venideros; girará su cara por los salones de la fama y en las páginas amarillentas por el polvo de un libro o revista deportiva siempre permanecerá bajo halagos y menciones de gran nivel.
Lo que no sabe Arturo, es que el tiempo pasa velozmente. De a poco le cae la ficha de que un día dejó la casita de barrio, endulzó a unos empresarios con su don y se lo llevaron al viejo continente para instalarse de allí en más. La pelota de trapo quedó en alguna canaleta tapada por hojas de otoño, la esquina del descampado está repleta de nadie, los amigos de la infancia murieron junto a ella. Ya pasó el tiempo de la leche a las cinco de la tarde, de los asados del domingo, de todo ese dulzor inocente e incesante que la niñez regala por arte de magia. Esa magia se hizo grande, se puso botines talle 41, tocó los mejores céspedes del mundo, ganó millones por un pase a la red.
Eso, Arturo lo sabe. Pero lo sabe por naturaleza humana, de ver como los días transcurren y el cuerpo se alarga. Es inconsciente del correr del tiempo, de la velocidad de las agujas. En realidad, todos somos iguales a él; caemos bajo cuando en el reloj vemos nuestras caras perdidas en el pasado y olfateamos esa fragancia de muerte. La nostalgia es síntoma de muerte lenta.
Ahora está por jubilarse; tiene 39 años y la inhabilidad para desenvolverse en otros campos de la vida le pudre la cabeza. Vive en París junto a su familia, tiene dinero de sobra y una generación Saturno salvada por su proeza futbolística. Es duro ser Saturno, ese tal Arturo Saturno que divisa en el horizonte de una tarde francesa, sentado en el medio del campo, la huella hacia el desconcierto. Hacia ese letárgico camino que vendrá y que ya vino desde mucho tiempo atrás.
A ese tiempo me refiero, querido Arturo. La ficha dicen que no a todos nos cae en la vida, pero yo creo que sí; una fichita existencial siempre nos golpea la conciencia sea para bien o para mal. Sos tan joven en vida y tan viejo en lo profesional que ahora ves y sentís como volaron los años. Hiciste goles de todos los estilos. Al ángulo de zurda y diestra, de chilena, de sombrero, de media cancha y desde el córner. Eludiste a medio equipo y la picaste con satisfacción, revoleaste la camiseta y no te importó la tarjeta amarilla. Pero la vida te devuelve lo bueno en desafíos que parecen terriblemente malvados; sobre ese horizonte francés ves que viene el juez corriendo hacia vos con la mano en el bolsillo trasero, sabes que allí guarda la roja, la sangrienta, la decisiva para un partido; y en este partido llamado Vida, creo que te rajan, pegaste duro y sin pelota, desde atrás y con intención de lastimar. Quizá la mente te engañe un poco y te muestren solo la amarilla una vez más. Pero no confíes en tu conciencia, ella deja rastros evidentes para no tenerle fe. Se hombre y entregate al destino como este se entregó a vos sin preguntar. Seguís mirando al juez y allí percibís la verdad, en su rostro de ceño bajo y ojos crudos; amagás a reprocharle pero te callas la boca y comprendes de una vez por todas que estás fuera, expulsado, retirándote por el túnel y recibiendo insultos por doquier. Ya nadie te quiere en las canchas, das lástima y bronca al verte tan arruinado por vos mismo. No te quedan plegarias por rezar, ni dioses para implorar; este partido lo perdiste por goleada, te expulsaron y encima... Sos el más joven de la Vida.
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