miércoles, 7 de mayo de 2014

Días de fútbol, heridas aún abiertas

La pasión despierta, el gris domingo. Barro de antaño, tribunas de madera. El sol reluce y alguna llovizna cayó en alguna cancha borrando las líneas de cal.
El vestuario húmedo, frío, sombrío. Los gritos de un tipo no me hacen bien cuando sus fines son desconocidos. Nadie me enseñó a patear de chanfle, ni mirar al compañero. Me hablaban de táctica y pizarrones, no entendí nada. Quería divertirme solamente, señor. ¿O acaso no se dio cuenta que un niño quiere reír antes que soñar?
Hoy recuerdo con nostalgia y desazón los días en el viejo Ferro Carril Oeste de Trenque Lauquen. Las excusas para no jugar el fin de semana, la incomodidad y tristeza en los entrenamientos. Ver el sueño romperse día a día y no lograr hacer un pase por la presión absurda que ejercieron injustamente aquellos hombres.
Mi felicidad por el fútbol quedó destinada entre dos árboles de paraíso. Como red, una vieja mediasombra negra, rota y sucia.
Sentí libertad, hice los goles que siempre soñé, jugué con las figuras más grandes del mundo, relaté cada partido, también perdí y todo era parte de la imaginación.
Dejé de una buena vez los entrenamientos, los compañeros, la insólita competencia, la amargura de los domingos a las nueve de la mañana. Me habían tratado mal y lo sentí desde siempre. Me gritaban "¡Cristian, pateá pendejo!", vale aclarar que mi nombre era y aún es Mauricio. No se fijaron ni en ese detalle. Inútiles creídos de saber, no soy su única víctima. Muchos más quedaron en el camino con el sueño partido.
Luego nos preguntamos por qué las barras bravas, los malos tratos, la bajeza deportiva y técnica de los protagonistas de nuestro fútbol. Parte de la respuesta la he acabado de describir en las líneas anteriores. Nos humillaban con su repugnante vocabulario y forma de tratarnos. Teníamos solamente siete años de vida y no merecíamos ser la presa de su odio y rencor.
¿Cuántos como yo habrá en este tiempo sufriendo por lo mismo? ¿O finalmente se ha adoptado como correcta la costumbre de ser maltratado e insultado por quienes deben educar y proteger a los niños con el fin de que aprendan un deporte que no les significará más que un entretenimiento por el resto de sus vidas?
Saco de esta bolsa a hombres que han sabido tratar a un niño en un club. Al señor que me enseñó a jugar al basquetball y también a compartir otros encantos como reírnos de nuestros propios errores. Pero con la certeza de corregirlos.
Me queda la sensación amarga de pasar por Ferro y recordar los feos momentos de mi infancia. ¿Cómo carajo iba a hacer para convertir un gol si no sabía para que lado patear? Esa frustración creí transformarla en progreso y evolución. Mis tardes de campo entre aquellos arboles, la radio con el relator y su arte, mi fútbol, mis reglas, mis broncas, mis sueños aún latentes y el viento en la cara con el tajante frío de invierno como el rayo de un sol de enero, me convirtieron en esto. En este ser, que hoy aprende a ver lo duro que es crecer con una espina en la conciencia y con una daga en el corazón.



"Mi personalidad y mi feo carácter me enseñaron que nunca más debo hablarle mal a un niño que viene al entrenamiento porque no tengo la certeza de saber si pudo comer al mediodía"

Omar Gennarini

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