Lo miraste a los ojos, viste su mueca desesperada y hambrienta de ayuda. Jalaste el gatillo y despareció para siempre.
Recordaste la casita de la infancia, los jardines de verano. Las aguas que refrescaban tu iluso cuerpo en el arroyo. Pensaste en tu vieja, una tarde de invierno, chocolate como excusa. ¡Hace frío! ¡entrá, carajo!.
Tu viejo en el taller, rompiendo sus manos por vos y para vos. Vos que tan cambiado te viniste y la perra adolescencia te barajó hasta la muerte. Tus ojos, tan marrones, tan inocentes. Los caminos en bicicleta, las pelotas pinchadas, los goles que gritaste.
Pero un día leíste un artículo, en un diario, de alguien sin piedad y le hiciste caso. Nadie sabe por qué, quizás por culpa de la vagancia o el miedo a no poder expresarla. Te aferraste a "los colores", al paravalancha del viejo club. Entraste en el juego de la perversidad que se maquilla con más perversidad; deambulaste calles oscuras con un trapo en la cara y le pediste todo a todos sin resquemor ni conciencia.
La merca te la dieron en bandeja y por ella robaste hasta fregarte por completo. Olfateaste calabozos húmedos en comisarías manchadas de comisarios inútiles y serviciales al poder económico.Te amigaste con policías de civil y de uniforme. Te presentaron al presidente del club y allí entendiste la jugada; por debajo de la manga, sin que nadie se entere, negociaron la basura de la ignorancia. El capo de la banda, ahora, juega con gusanos; y tu figura, nada emblemática, pone orden y manda en la popular. Picaste papelitos, apretaste a los jugadores, te pegaron una paliza en Sarandí hasta perder la memoria. Pero volviste, lleno de rencor y creído de venganza; lo miraste a los ojos, lo viste tieso, sin esperanza alguna; puteaste a tu vieja por haberse muerto de hambre y a tu viejo por limpiarse en la fosa; cruzaste los dedos de tu cerebro lunático y lisérgico hasta convencerte de que jalar el gatillo era la única opción.
Y ahora volviste, nuevamente, esposado hasta el cuello, hasta las inmediaciones húmedas y feroces de las rejas. Allí te ves, en una sombra porque ni espejo hay. Apenas un catre roto y una tenue luz. Solo, como el viento. ¡Perpetuidad!, gritan para vos desde la calle. Pero eso, poco te importa. Afuera no hay chances. No te quedan vidas por derrochar; perdiste afectos, amistades, familia y prestigio. Pedís a gritos que te maten, porque el sufrimiento es letal, semejante a la vida misma, similar al chasquido de unos dedos dentro de la eternidad.
Sin embargo, nadie vendrá a matarte, no te brindarán esa salvación sin antes ser juzgado. Porque para este sistema no tenes arreglo; sos un inadaptado social, un desintegrado de nacimiento. Igualmente vas a pagar, y no con la muerte. Vas a tener que vivir, por las vidas que te cobraste, por las injusticias de estar vivo. Siempre allí adentro, lejos del sol y la brisa del estío. Solo, espantosamente solo, vivirás hasta morir de pena.
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