Miro al cielo y no entiendo. Lo miro con detención y no lo comprendo. ¿Vos comprendés? ¿Vos entendés?
¡Miro el cielo y no entiendo! ¡lo miro desde tan lejos y no lo entiendo!
Estoy solo en la soledad del campo; lo miro y no lo entiendo. ¿Cómo será que otros lo entienden?
Muy solo siempre en soledad. El cielo no se entiende desde acá, desde esta nave. Es tétrico el invierno, desagradable, misteriosamente deplorable el cielo. Dicen que estás vos; allí, mirando con altura inmortal. Dicen, todos dicen, que les das una señal, que tu lugar es el cielo y desde allí gobernás.
A veces, se ve naranja; por momentos, negro como el alma. Cuando brilla no lo miro, no me importa. Si por allá estás, dame una señal. Nunca creí en vos. Se que no estás; sos pura imaginación, sos el regate perfecto ante el temor y la duda existencial.
Hoy prefiero darte una oportunidad, la única en este viaje. Sos el protagonista de la esencia, de la eternidad, de la fe, del amor, del existir en un libro traidor, interesante pero traidor al fin. Sos obra de la mezquindad y la plaga; del remordimiento y el rencor, de la muerte y la violencia.
Sos la degracia, el provenir y las promesas. ¡Tus promesas!, sensatas para con el brujo que hechizó a la verdad. ¿No estás cansado? ¿De veras no te agotas?
Me urge una incógnita certera en mi interior, capaz de mortalizarte. Nada de lo que te rodea y de lo que te crean es verdad. Jugás sucio. Has hecho todo mal, has huido y dejado en vano este pedazo de infinito. Brillás en las buenas y te ausentas en las malas. Pudrite en tu infierno, en la casa del rival que al cerrar los ojos te esperará en su mesa, afilará sus dientes y rebalsará de ira.
Miro tu reino y no se entiende nada. Horas tras horas mirando al sur; cada viento que sopla y tormenta que ruge me confirman tu ausencia. Te escapás hasta ser justificado. ¿Alguien presume inmortalidad?
Que alguien me explique que hay, que pulula por las colinas de la oscuridad. Lo tengo acá nomas, a mi alcance. Se deja ver, está manchado por nubes; lo siento mortal. Espero su fin. Fin imaginario de rocas incesantes que caerán hasta terminar con la especie. Y en alguna dimensión pasada o futura volveremos a caer. El ocaso se aproxima, la infancia terminó. Te aluden con plegarias para que luego puedan volver a soñar. Eluden el sin sentido alborotado, esquivan esta mente sanada de llorar.
Grandes metales de poliestileno son los encargados en conducirnos a la ruina. Feroz ruina del deseo que culmina en la ignorancia y en la estupidez.
Mirando el cielo no comprendo si de verdad existe o es alimento de un estereotipo de sueño sin despertar. Probá en soñar algún día; tus pupilas girarán en torno a ti. ¿Y si te digo que no pierdas la fe ni la esperanza? ¿Que invirtamos los roles? ¿Si te hago creer en nosotros podrás aguantar el sufrimiento?
Te verás en direcciones sin salida, rezarás oraciones vacías y a nuestro gusto, te enviaremos señales y culparemos tus actos con penitencias caras y desoladas: con leyes y reglamentos de cualquier ocurrencia.
Que confuso parece el cielo; sus grises diamantes que deslumbran el camino. Pedazo de materia en fundición, reciclador de chatarra. Sangriento y elegante infinito de misterio. Interrogante plano de curva forma. Arrogante sos si estás en el y no te das a conocer. Todo me lleva a todos lados y a ninguna parte. Veo el desgaste de mi rostro con el paso del tiempo. Viejo e invisible verdugo; en el sí creo. Él no se cansa, corre sin frenar en interminables y variados ritmos. No pide oraciones ni culpa a crueles, débiles y zonzos. A veces te cura y otras te ayuda a sanar. No te exige recompensas ni premios; no está escrito en libros ni se fosiliza en la conciencia. Solo se presenta en el momento preciso. Allí hay que ser consciente de uno, mirarse hacia adentro y aceptar.
El tiempo llega y lo seguirá haciendo; sus garras se conocen en historias y vivencias. En cambio lo tuyo es incomprensible, tu existencia no me convence y mi escepticismo no me asusta. No le temo a tus venganzas; terror me tengo porque se que estoy apto para hacer el mal. Allí tengo miedo y huyo de mis cabales. El cielo no lo entiendo y al cielo yo no voy.
jueves, 12 de febrero de 2015
miércoles, 4 de febrero de 2015
El fútbol, también
Lo miraste a los ojos, viste su mueca desesperada y hambrienta de ayuda. Jalaste el gatillo y despareció para siempre.
Recordaste la casita de la infancia, los jardines de verano. Las aguas que refrescaban tu iluso cuerpo en el arroyo. Pensaste en tu vieja, una tarde de invierno, chocolate como excusa. ¡Hace frío! ¡entrá, carajo!.
Tu viejo en el taller, rompiendo sus manos por vos y para vos. Vos que tan cambiado te viniste y la perra adolescencia te barajó hasta la muerte. Tus ojos, tan marrones, tan inocentes. Los caminos en bicicleta, las pelotas pinchadas, los goles que gritaste.
Pero un día leíste un artículo, en un diario, de alguien sin piedad y le hiciste caso. Nadie sabe por qué, quizás por culpa de la vagancia o el miedo a no poder expresarla. Te aferraste a "los colores", al paravalancha del viejo club. Entraste en el juego de la perversidad que se maquilla con más perversidad; deambulaste calles oscuras con un trapo en la cara y le pediste todo a todos sin resquemor ni conciencia.
La merca te la dieron en bandeja y por ella robaste hasta fregarte por completo. Olfateaste calabozos húmedos en comisarías manchadas de comisarios inútiles y serviciales al poder económico.Te amigaste con policías de civil y de uniforme. Te presentaron al presidente del club y allí entendiste la jugada; por debajo de la manga, sin que nadie se entere, negociaron la basura de la ignorancia. El capo de la banda, ahora, juega con gusanos; y tu figura, nada emblemática, pone orden y manda en la popular. Picaste papelitos, apretaste a los jugadores, te pegaron una paliza en Sarandí hasta perder la memoria. Pero volviste, lleno de rencor y creído de venganza; lo miraste a los ojos, lo viste tieso, sin esperanza alguna; puteaste a tu vieja por haberse muerto de hambre y a tu viejo por limpiarse en la fosa; cruzaste los dedos de tu cerebro lunático y lisérgico hasta convencerte de que jalar el gatillo era la única opción.
Y ahora volviste, nuevamente, esposado hasta el cuello, hasta las inmediaciones húmedas y feroces de las rejas. Allí te ves, en una sombra porque ni espejo hay. Apenas un catre roto y una tenue luz. Solo, como el viento. ¡Perpetuidad!, gritan para vos desde la calle. Pero eso, poco te importa. Afuera no hay chances. No te quedan vidas por derrochar; perdiste afectos, amistades, familia y prestigio. Pedís a gritos que te maten, porque el sufrimiento es letal, semejante a la vida misma, similar al chasquido de unos dedos dentro de la eternidad.
Sin embargo, nadie vendrá a matarte, no te brindarán esa salvación sin antes ser juzgado. Porque para este sistema no tenes arreglo; sos un inadaptado social, un desintegrado de nacimiento. Igualmente vas a pagar, y no con la muerte. Vas a tener que vivir, por las vidas que te cobraste, por las injusticias de estar vivo. Siempre allí adentro, lejos del sol y la brisa del estío. Solo, espantosamente solo, vivirás hasta morir de pena.
Recordaste la casita de la infancia, los jardines de verano. Las aguas que refrescaban tu iluso cuerpo en el arroyo. Pensaste en tu vieja, una tarde de invierno, chocolate como excusa. ¡Hace frío! ¡entrá, carajo!.
Tu viejo en el taller, rompiendo sus manos por vos y para vos. Vos que tan cambiado te viniste y la perra adolescencia te barajó hasta la muerte. Tus ojos, tan marrones, tan inocentes. Los caminos en bicicleta, las pelotas pinchadas, los goles que gritaste.
Pero un día leíste un artículo, en un diario, de alguien sin piedad y le hiciste caso. Nadie sabe por qué, quizás por culpa de la vagancia o el miedo a no poder expresarla. Te aferraste a "los colores", al paravalancha del viejo club. Entraste en el juego de la perversidad que se maquilla con más perversidad; deambulaste calles oscuras con un trapo en la cara y le pediste todo a todos sin resquemor ni conciencia.
La merca te la dieron en bandeja y por ella robaste hasta fregarte por completo. Olfateaste calabozos húmedos en comisarías manchadas de comisarios inútiles y serviciales al poder económico.Te amigaste con policías de civil y de uniforme. Te presentaron al presidente del club y allí entendiste la jugada; por debajo de la manga, sin que nadie se entere, negociaron la basura de la ignorancia. El capo de la banda, ahora, juega con gusanos; y tu figura, nada emblemática, pone orden y manda en la popular. Picaste papelitos, apretaste a los jugadores, te pegaron una paliza en Sarandí hasta perder la memoria. Pero volviste, lleno de rencor y creído de venganza; lo miraste a los ojos, lo viste tieso, sin esperanza alguna; puteaste a tu vieja por haberse muerto de hambre y a tu viejo por limpiarse en la fosa; cruzaste los dedos de tu cerebro lunático y lisérgico hasta convencerte de que jalar el gatillo era la única opción.
Y ahora volviste, nuevamente, esposado hasta el cuello, hasta las inmediaciones húmedas y feroces de las rejas. Allí te ves, en una sombra porque ni espejo hay. Apenas un catre roto y una tenue luz. Solo, como el viento. ¡Perpetuidad!, gritan para vos desde la calle. Pero eso, poco te importa. Afuera no hay chances. No te quedan vidas por derrochar; perdiste afectos, amistades, familia y prestigio. Pedís a gritos que te maten, porque el sufrimiento es letal, semejante a la vida misma, similar al chasquido de unos dedos dentro de la eternidad.
Sin embargo, nadie vendrá a matarte, no te brindarán esa salvación sin antes ser juzgado. Porque para este sistema no tenes arreglo; sos un inadaptado social, un desintegrado de nacimiento. Igualmente vas a pagar, y no con la muerte. Vas a tener que vivir, por las vidas que te cobraste, por las injusticias de estar vivo. Siempre allí adentro, lejos del sol y la brisa del estío. Solo, espantosamente solo, vivirás hasta morir de pena.
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