martes, 25 de marzo de 2014

Mi entorno

En este edificio no nos queremos, nos esquivamos, nos altera cruzarnos por el pasillo. No compartimos palabras en el ascensor, miramos hacia otro lado.
Nos da vergüenza vernos la cara. Ninguno asiste a reuniones de consorcio, ni aún cuando se colgó en el patio interno aquel encargado que proponía un corsario plan hasta su descubrimiento y teníamos que resolver la deuda que nos había dejado el hombre. 
No nos interesa saber quien vive del otro lado de nuestro dormitorio. Los adultos se quejan de los jóvenes, los jóvenes no pueden ni ver a los adultos. Los no tan adultos se pasean con sus maletines  y sus caras tristes. Los niños lloran. Los perros ladran. 
Buenos Aires no es un lugar para los niños, un departamento no es un hogar para un perro. Nada de eso podemos combatir. La señora quiere perro y el matrimonio quiere niño. La ventaja, la desconfianza y la codicia invaden nuestros días. Todo se reduce al miedo. El miedo de ser saludado, atendido, respetado. Sí, es miedo, terror. "No nos une el amor sino el espanto", afirmó Borges. Pues aquí nos identifica tal analogía. Crece el pánico a ser querido, a que nos golpeen la puerta por un poco de yerba o sal. Somos tan distantes que debería existir un ascensor para cada uno de nosotros. Y pensar que en la terraza pasan cosas raras. Allí todo es atroz, tétrico, siniestro. Desaparecen sábanas, se cuelgan del cable telefónico y televisivo, deambulan bandidos reencarnados en murciélagos. 
Es triste, lo se. Es triste esta capital. Su gente vive triste, los animales están tristes. Los invade la pena, el fastidio, la intolerancia. Los ancianos sufren y rondan plazas enrejadas. Las madres solteras pasean sus hijos y les satisfacen sus necesidades no tan básicas. El tiempo y el dinero es todo. 
El fútbol se instala en las mentes jóvenes y no tan jóvenes. También en los diarios, en la televisión, en la radio, en las marchas militantes de un partido político, en los políticos, en la Casa Rosada, en los suburbios. Los libros se venden, por suerte. Los discos se extinguen, los celulares son descartables. Todo hace mucho ruido, el auto, el colectivo, la moto, la bicicleta, el hombre, la mujer y el trabajo. Todos es magnético, sumamente tecnológico. El desgano y la impaciencia se complementan hasta estallar. Y acá, en este edificio ya comenzó a estallar todo. Vuela la materia por el aire, también vuelan las ideas, las opiniones, los pensamientos, el respeto, el amor, la trsiteza, la agonía, el desvelo. Ya todo es fuego, perturbación cerebral. Lágrimas húmedas, mojadas de duda. ¡Vuela todo, vecinos! Sálvese quien pueda, no toquen mi timbre ni golpeen mi puerta. El río se comió la tierra, el cielo se tiñó de negro. Es todo contaminación. Me llega la explosión, caigo derribado, sangro pena. Y entonces, mañana será otro día.


                                                                                                                                                  Autor.

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